domingo, 3 de junio de 2012

lunes, 12 de diciembre de 2011

Criaturas en la noche

   El día estaba completamente nublado, no había rayo de sol que se atreviera a traspasar la fría y densa barrera de nubes que lo encapotaba todo, sin dejar respirar. Por lo que se podía ver en un pequeño hueco en el lejano horizonte, estaba anocheciendo. Con la noche llegaría el frío, la oscuridad, los monstruos, y los miedos. Estaba completamente aterrorizado, no quería pensar en ello. No iba a dejar que anocheciera, haría cualquier cosa para impedirlo. Cada vez había menos luz, y yo no podía hacer absolutamente nada. Estaba indefenso, solo ante cualquier peligro. Empecé a pensar, a recordar. Las noches anteriores habían sido terribles, las había vivido completamente, y había sufrido cada detalle oculto en la oscuridad. Y lo peor de todo, eran aquellas extrañas criaturas que surgían de la nada, y me acechaban continuamente, sin descanso. No podía más con aquellas cosas, las odiaba, quería aplastarlas, quemarlas, destrozarlas y acabar con ellas para siempre. Las temía, no podía vivir con ellas.

   El corazón le dio un vuelco, la cara se le torció; todo se me cayó encima, como un alud proveniente de la cumbre más alta. El último rayo de luz se escapó de entre mis dedos, a esconderse en su escondrijo. Empecé a ver todo tipo de cosas. Ojos rojos y grandes, mirándome, acosándome a cada instante. Sonrisas deformes, con dientes afilados como espadas, listos para cerrarse sobre mí en cuanto tuvieran ocasión. Orejas largas y puntiagudas, y aquellas garras largas, amenazantes. Cerré los ojos, me estaba volviendo loco. Estaba aterrorizado, no podía soportar un instante más a aquellas cosas, existieran o no. Abrí los ojos, estaban formando un corro alrededor de mí, y avanzaban lentamente, intentando darle más intensidad al momento.

   Entonces divisé algo diferente entre todos los rostros. Me fijé en una mirada perdida, como apartada del resto; unos ojos avellanados, agradables, cálidos. Y una sonrisa. Aquella sonrisa me paralizó. No era una sonrisa cualquiera, aquella sonrisa era capaz de sentir, tenía vida propia. No quería perderla de vista, quería seguir mirando aquello toda mi vida, olvidarme de todo lo demás. Y, asombrosamente, así fue. Todos aquellos seres repugnantes desaparecieron. Ya no estaban, se habían ido, y no volverían nunca. Me invadió un sentimiento irrefrenable de felicidad. Fijé mi vista de nuevo en aquel rostro. Estaba más cerca, y seguía caminando hacia mí. Alcé la visa, y sus ojos me atraparon.


   "Cuando se cierre, todo habrá acabado. Pero no se cerrará."

viernes, 4 de noviembre de 2011

Diferencias poco relevantes, parecidos razonables

   Las palabras le habían hecho pensar, pensar como no había hecho nunca. Le hicieron plantearse situaciones extrañas y retorcidas, sin sentido. Nunca se lo había planteado. "Somos completamente opuestos", había dicho. ¿Eran realmente opuestos? ¿Acaso era que no tenían nada en común? Empezó a pensar en si sería cierto que ella pensaba eso, si de verdad serían tan distintos, si seguiría pensando lo mismo me él. Continuó pensando lo que le pareció un largo periodo de tiempo, internándose cada vez más en aquel ya conocido pozo negro. Caminaba lentamente hacia un profundo abismo, en el que nada tenía sentido fuera de su cabeza, en el que todas las ideas eran paranoicas; un agujero sin fin en el cual todo llevaba a un final trágico. No sabía por qué lo hacía, él sabía que las cosas no funcionaban así, que no eran como él las tergiversaba, pero aún así seguía avanzando, sin poder parar, irremediable mente hacia aquella inevitable demencia.

   Odiaba que aquello pasara, sabía que todas aquellas retorcidas ideas solo ocurrían en su cabeza. Sabía que si continuaba haciendo eso, desencadenando esas reacciones, acabaría realmente mal. En realidad últimamente conseguía controlarse mucho más que antes, pero aún así, cuando aparecía, la sensación de vacío interior era más grande. Cualquier respuesta le parecía negativa, hacía no una torre, ni una ciudad, si no una civilización entera, de un solo y mísero grano de arena. "Completamente opuestos". Las palabras se repetían constantemente en su cabeza, una y otra vez, repiqueteando las paredes internas de su cráneo, taladrando su cerebro y haciéndole pasar cada vez más hacia la penumbra que hay entre la cordura y la locura. Entonces, la miró a los ojos.

   Aquellos ojos grandes, brillantes a causa de las lágrimas inminentes. Aquellos ojos marrones, con un despistado color verdoso. Aquellos ojos que él tanto conocía. Los miró, fijamente, y no pudo soportarlo, todo se vino abajo. No había agujero, no había abismo, no había pozo. Solo había arrepentimiento, por haber pensado eso, simplemente por atreverse a imaginar esas barbaridades. "Opuestos, completamente opuestos". Volvió a pensar en todo, y cayó en la cuenta. Sin darse cuenta, sonrió.

   -¿De qué te ríes? ¿Qué te hace tanta gracia?

   -De nada, simplemente es que... quizá no seamos tan opuestos. Quiero decir, tenemos muchas cosas en común, aunque sean tonterías. Además, si tenemos cosas que nos diferencien, la cosa es más entretenida. Al fin y al cabo, dicen que los polos opuestos se atraen.

 
   "Al final, siempre tendremos algo en común. Una semejanza más importante que todas las demás diferencias. Éso que tanto me gusta que me digas, eso que tanto te gusta que te diga."

sábado, 22 de octubre de 2011

Lo que haga falta.

   Iba paseando por la calle, ajeno a todo, concentrado únicamente en el ritmo de sus pasos, acompasado a la música de sus auriculares. La fuerte lluvia le golpeaba en la cabeza cuando de repente escuchó algo. Oyó una voz en su cabeza, que le decía que alzase, la vista, que mirase hacia delante. Lo hizo, pero no vio nada; solo un enorme grupo de personas aleatorias, andando pensativas, mirando al suelo, inmersos en sus variados pensamientos y destinos. "Fíjate mejor, busca bien. Encontrarás algo agradable para ti." Le repitió la voz. Poco a poco, la gente fue desapareciendo, al principio tres o cuatro personas se metían ramificaciones de la calle principal en la que él estaba, pero después, fue más notable: la gente empezó a desaparecer de su vista, como si para él ya no existieran. Y así, poco a poco, sólo quedó una única persona.

   Al principio casi ni la vio, estaba lejísimos, escuchando música, como él, sin prestar atención. Estaba muy lejos, pero, poco a poco, se fue acercando. La chica alzó la vista, y le miró, desde la lejanía. Le pareció ver un atisbo de sonrisa en sus labios mientras avanzaba hacia él. Él le devolvió la sonrisa, y le gritó que se acercara más, pero no debió de oírle, porque aún estaba muy lejos. Entonces empezó a observarla detalladamente, cada movimiento que ejecutaba, el maravilloso ritmo que marcaba al andar, como si bailara al compás de su propia vida. Se fijó en su figura, esbelta, delgada, gloriosa. Y se fijó en sus ojos. Le pareció muy extraño, ya que estaba demasiado lejos como para poder verlos, pero ahí estaban. Los veía con completa claridad. Unos profundos ojos marrones con un pequeño toque verdoso, que le miraban fijamente y le atraían la mirada, que impedían que mirara a otra parte. Y, efectivamente, no pudo mirar a otro lado. De repente, sin saber el porqué, le invadió una inmensa felicidad. No lo entendía, era una chica cualquiera, pero se sentía bien. 

   Poco a poco, la chica le fue contagiando el ritmo, hasta el punto de que andaba también con esos particulares movimientos, con esos pasos danzarines que tanto llamaban la atención. Lentamente, muy lentamente, la chica seguía acercándose hacia él, y él no podía dejar de mirarla a aquellos ojos hipnóticos, gravitatorios. Y entonces, la chica se paró en seco, se le quedó mirando con cara de asustada, a la vez que negaba con la cabeza y mecía su morena melena. "¿Por qué se para? ¿Qué pasa?" pensó el chico, ¿sería que no quería acercarse? Fuera como fuese, la chica se quedó ahí, quieta, sin dar ni un paso más, negando con la cabeza. El chico siguió avanzando hasta ella, un poco temeroso. Y entonces la mueca de ella cambió, y se convirtió en una horrible cara de terror. Le dio lástima, y él también se paró en seco. Al principio, él se sintió un poco mal, porque pensó que ella no se le quería acercar, pero después, se dijo a sí mismo, que si ella quería pararse, él también.

   Pero cuando ya se había hecho a esa idea, ella dio un pequeño pasito hacia él, casi imperceptible. Pero él lo notó. "Gracias" pensó, "muchísimas gracias". Ella lo estaba intentando, estaba intentando acercarse a él, muy lentamente, pero lo estaba intentando. Y él lo valoraba, lo valoraba muchísimo. Porque ella había hecho que la tempestad parase, que la lluvia amainase. Había conseguido que el viento dejara de soplar, y ahora solo existía ella para él. Incluso los edificios dejaron de tomar importancia para él. Una idea se le pasó por la cabeza, y se sentó en el suelo. "Te esperaré aquí, siempre. Hasta que llegues" sonrió.


   "Algún día nos encontraremos, y entonces no habrá quien nos separe. Algún día."

miércoles, 5 de octubre de 2011

¿Damos un paseo?

   -¿De verdad? ¿No te gusta correr? Ya sabes, la sensación de velocidad, el viento en la cara, el pelo alborotado... ¿En serio que no te gusta?

   Pensó por un momento lo que le estaban diciendo. Consideró el echar a correr en ese momento, sin ningún rumbo en concreto. Correr, y, después de eso, correr más aún. Se planteó el sentir el movimiento acompasado de sus pies, la respiración forzada, el ritmo perfectamente marcado de las pisadas de su pecho, los jadeos constantes debidos al esfuerzo... Se lo planteó, muy seriamente. Era una buena idea, es cómodo, y útil. Llegas antes a los sitios, y lo mejor de todo, tienes más tiempo para hacer las cosas antes de salir.

   -La verdad, no lo sé... Ahora que lo dices, la idea de correr es también bastante agradable -le contestó.

   -Claro que es más agradable, todo el mundo corre. Es lo mejor, a todo el mundo le gusta.

   Pero entonces se lo pensó mejor. Correr era rápido, eficaz, directo. Pero andar era mucho mejor. Era una sensación más agradable. Vas despacio, sin ninguna prisa, observando el paisaje, viendo cómo una nube pasa por delante del sol, para dar paso de nuevo a un destello de luz; observas las copas de los árboles, con docenas de pájaros entonando mágicas melodías; observas cada insecto que hay en el camino, cada mota de polvo. Eso le gustaba más. Recordó la agradable sensación que le producía andar, ir a un ritmo pausado, marcado únicamente por el conjunto de todo lo que le rodea, cada cosa de su entorno sin excepción alguna. Sonrió.

   -No, no me gusta correr -se corrigió-. Prefiero andar, es más agradable; me gusta más.

   -Bah, qué raro eres... Nunca entenderé cómo no te aburres yendo tan despacio. Pierdes el tiempo, andar es para gente aburrida.

   Le daba igual, todo eso le daba igual. De repente, sin darse cuenta, sin saber por qué, una amplia sonrisa apareció entre las comisuras de su boca, como un rayo de luz en lo más profundo de una caverna. Prefería andar.


   "Siempre preferiré ir despacio; a mi ritmo, a su ritmo. Al fin y al cabo, al ritmo que yo quiera. Y nada va a cambiar eso."

sábado, 1 de octubre de 2011

Lo que realmente quieres.

   Las palabras se le clavaron en su interior como si fuesen cuchillos afilados durante horas. Se abalanzaron sobre él, inundando todo de una fría oscuridad. No podía pensar. No quería pensar.

   -No lo quiero -repitió ella-. Puedes quedártelo, no lo quiero.

   Otro pinchazo. Sentía que todo se le vendría abajo si seguía así. Se lo había ofrecido, sin pedir nada a cambio. Él solo quería que fuera feliz. Y ella lo había rechazado. No podía más; sin duda, no podría aguantarlo otra vez. Se giró en torno a sí mismo, y empezó a andar en dirección contraria, con los ojos humedecidos. Empezó a andar cada vez más y más rápido, hasta que al final se vio corriendo, sin darse cuenta. Entonces empezó a arrepentirse.

   Aquella sensación era todavía peor que aquellas puñaladas que ella le lanzaba. Era mucho peor. No la soportaba, nunca la había soportado. Empezó a recordar: la recordaba a ella, la lluvia acariciando suavemente su rostro, aquella media sonrisa que solo ella podía tener; la recordó riéndose, llorando, susurrándole al oído; la recordó rozando sus labios con los de ella. Se paró en seco, no quería que ésto siguiera así. Se volvió a girar, y empezó a correr de nuevo hacia ella, con todas sus fuerzas. Había llegado bastante lejos, pero él tenía la esperanza de que ella siguiera allí, esperando a que él volviera para abrazarla de nuevo.

   Pero cuando llegó allí no estaba. No había nada. Solo la ligera brisa barriendo las colillas y papeles tirados por el suelo. Y fue entonces cuando se arrepintió de verdad, cuando dijo que había llegado demasiado lejos. Puede que no hubiera sido para tanto, puede que hubiera sido él el que lo había exagerado. Puede que la culpa fuese suya. Y de repente, la luz volvió. La vio salir de nuevo de su puerta, acercarse lentamente hacia él. Se quedaron mirándose un momento, y entonces ella sonrió.

   -Sabía que volverías -le dijo.

   Y entonces ella le abrazó, como solo ella sabía hacer, de esa manera que tanto le llenaba por dentro. Y se prometió a sí mismo que nunca la soltaría de aquel abrazo, que nunca más se volvería a separar de ella.


   "Ya no sé si las cosas ocurren de verdad, o soy yo el que traza todas esas enrevesadas líneas que cruzan mi mente, intentando confundirme de lo que quiero llegar a ser. De momento, lo único que tengo seguro, es que te necesito."